TODO LO QUE SE RESISTE, PERSISTE
El título de este post hace referencia a una frase muy conocida de C.G. Jung, quien dijo que “todo lo que se resiste, persiste y todo lo que se acepta se transforma”. Muchas personas se resisten al dolor inherente a la vida, y esa resistencia lo transforma en sufrimiento, que es generado por nuestros pensamientos y emociones al intentar negar o evitar el dolor, algo imposible.
Un elefante rosa
Con los acontecimientos o sucesos externos, nuestra cultura nos ha enseñado un poco de aceptación. Por ejemplo, cuando perdemos a un ser querido o cuando hay una catástrofe natural, entendemos que no podemos hacer nada para que no ocurra o que suceda otra cosa. Sin embargo, con los sucesos internos, es decir, con nuestros pensamientos y emociones no hemos realizado este aprendizaje, sobre todo porque en nuestra cultura, a diferencia de la oriental, creemos que nuestros pensamientos y emociones dependen de nosotros. Pero, según nos demuestra la neurociencia, esta creencia no es cierta. Los pensamientos y emociones son un producto de nuestra mente, es parte de su trabajo. De la misma forma que nuestro estómago segrega jugos gástricos y diferentes enzimas para hacer la digestión, nuestra mente genera pensamientos y emociones, que podemos observar y sentir, pero que no dependen de nuestra voluntad. Esta creencia errónea contribuye a incrementar el malestar, y a desarrollar estrategias poco eficaces con el dolor emocional, como decíamos, convirtiéndolo en sufrimiento. Cuando aparecen pensamientos o emociones no deseadas, muchas personas tratan de cambiarlo o negarlo. Es totalmente ineficaz.
Si ahora digo “No pienses en un elefante rosa”, la mayoría de nosotros está imaginando un elefante rosa. Es como tratar de hundir una pelota de goma en el agua.
Muchas personas acuden a la psicoterapia buscando el por qué, ya que creen que esta búsqueda del origen aliviará su dolor. Esta búsqueda también resulta inútil. La respuesta al por qué, es un relato, una historia más que fabricará nuestra mente, pero no la realidad, de la que desconocemos la mayoría de las variables, y por ello es infructuosa.
La mayoría de nosotros, hemos aprendido que hay “emociones buenas” y “emociones malas”, o pensamientos “buenos y malos”. Algunas personas llevan al límite este aprendizaje y me dicen en consulta que ellos o ellas no sienten envidia o celos, o que no han experimentado resentimiento, o cualquier otra experiencia interna que su mente juzgue como “inapropiada”, que las lleva a la negación de sus experiencias mentales. Sin embargo, no somos lo que pensamos ni lo que sentimos; esto es un producto de la mente.
Resulta mucho más eficaz cambiar la forma de relacionarnos con los contenidos mentales. Y esto pasa por aceptarlos.
¿Qué podemos hacer para desarrollar aceptación?
En primer lugar, entender los pensamientos y emociones como el resultado de la actividad de nuestra mente. Esta concepción nos permitirá observarlos, sin estar juzgando o juzgándonos constantemente, y esto limita el riesgo de entrar en modo rumiativo, dando vueltas una y otra vez a su contenido, con lo que estos pensamientos y emociones quedan reforzados por la atención que se les presta.
El maestro Thich Nhat Hanh decía que cuando surgía ira en su mente le decía: “Hija mía, voy a cuidarte para que no hagas daño a nadie”.
Esta frase sintetiza diferentes acciones de la mente para desarrollar aceptación:
- La observación de lo que ocurre a nivel interno
- Identificar los pensamientos y emociones que están implicados
- Aceptarlas, no luchar contra ellas.
- Tratar el contenido mental de forma compasiva
En la práctica de mindfulness, aprendemos a observar los pensamientos y emociones sin identificarnos con ellos. Si dejamos de luchar contra ellos, los pensamientos y emociones desaparecen de forma natural, como las olas del mar, que mueren una y otra vez en la playa. Al identificarnos con ellos e intentar no sentir o pensar lo que estamos sintiendo y pensando, hacemos crecer las olas, como en una tormenta. Si podemos observar los pensamientos y emociones, es evidente que no somos aquello que observamos, sino quien lo observa.
En nuestra cultura estamos muy centrados en lo externo, y le dedicamos muy poco tiempo a las experiencias internas. Os invito a dedicar un poco de tiempo, a observar y entender vuestra mente. ¡Es una gran inversión!