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EL PADRE Y LA MADRE INTERIORES

En las sesiones con padres y madres, solemos reflexionar sobre si el modelo que han tenido de padre y madre tiene que ver con lo que hacen o dejan de hacer con sus hijos e hijas: ¡sí! Nuestro estilo educativo tiene que ver con la construcción que tengamos de nuestra madre y de nuestro padre interiores; más allá de cómo sean nuestros padres reales, nos hemos construido una idea y figura de un padre y una madre que caminan con nosotros.

Cuando los padres consultan por un hijo o hija con una problemática concreta, tenemos un síntoma que habla de un malestar que tiene que ver con el propio niño/a y con el sistema familiar. Entonces se inicia un trabajo familiar para abordar la situación de forma profunda y coherente, trabajando en sesiones individuales con los padres y el niño/a, y en sesiones conjuntas para ir poniendo palabras, acciones, sensaciones, emociones a lo que la problemática tiene a decirnos.

Para poder relacionarnos de forma sana con los demás (pareja, hijos, amistades, compañeros y jefes de trabajo…), es bueno revisar a nuestro padre y madre interiores. Según el psicoterapeuta Samuel Osherson: “Existen muchas situaciones en la vida de un adulto que reavivan sentimientos infantiles de dependencia, inseguridad e impotencia. No es fácil reconciliarnos con la propia dependencia y vulnerabilidad, porque, a menudo, nuestros padres nos enseñaron que estos sentimientos son inaceptables, que por tener éxito y por obtener aprobación paterna, lo único que cuenta son los logros personales. Nuestra vulnerabilidad y dependencia pasan a un segundo plano, no maduramos de forma saludable o nos concentramos en lo que podemos hacer bien: trabajar. Pero la competitividad laboral puede desasosegarnos y poner en entredicho nuestra identidad. “Cada día me siento más y más como si fuera una afinada herramienta de mi jefe, es como un padre para mí”. Es indudable que la capacidad de ser autónomo e independiente y la sensación clara de su propia identidad son esenciales para tener una vida adulta saludable. La vulnerabilidad tiene que ver con las primeras experiencias infantiles de separación y de pérdida. Y de adultos necesitamos afrontar repetidamente asuntos relacionados con el proceso de separación e individuación respecto a nuestros padres. Sanar al padre interior herido requiere tiempo, exploración de la propia historia personal, la búsqueda de una nueva sensación de identidad y la comprensión de las complejas contracorrientes que afectaban a nuestra familia e influyeron sobre nuestro crecimiento. También implica la aceptación de los sentimientos de dependencia y enfado generados en el ámbito laboral y familiar, y los sentimientos de impotencia. La dificultad de muchos hombres para disociarse de su madre parece a menudo una especie de premio de consolación por la ausencia de una sensación de aprobación paterna: “Me di cuenta de que, con todo lo que me irritaba el rostro impotente y triste de mi padre en el hogar de mi infancia, aquella faceta suya pervivía en mí”. Os invito a reconciliaros con aquella persona desvirtuada a la que nunca acabaremos de conocer lo suficiente: nuestro padre.” Samuel Osherson (“El padre interior herido”).

Niñas y niños necesitan identificarse con el padre y la madre por protección, por tener un punto de referencia y apoyo y para sentirse queridos. Se identifican e imitan a los padres y eso mismo les permitirá la posterior separación e individuación.

Cuando llegamos a la adolescencia rompemos con la idealización de los padres y nos planteamos quiénes somos: nuestros referentes pasan a ser amigos, amigas, y otros personajes externos a la familia como los componentes de grupos de música. Y con la adultez podemos ser más conscientes de nuestros condicionamientos familiares (“estudié medicina porque mi padre era médico, ahora veo que no me gusta”), y ver lo que realmente YO QUIERO. Desidentificarse de los padres desde el amor y el respeto creando una familia positiva en nuestro interior hará que nuestro entorno y exterior también cambie (Ejemplo: Cuando iniciamos una psicoterapia, nuestra relación con la madre empieza a cambiar).

A nivel simbólico la MADRE es la conexión con nuestro interior, la creatividad, sentir que tengo un sitio para expresar mi feminidad, la belleza, la gracia, la fuerza vital. La relación con la madre es celular (venimos de su útero) y afecta a nuestro sistema inmunológico. El PADRE tiene que ver con la conexión con el mundo exterior (socialización) y la acción. El padre y la madre se relacionan con nosotros también a través de sus heridas con sus padres (es una cadena). En nuestro interior tenemos una familia simbólica (padre y madre) y nos tratamos a nosotros mismos en función de ésta. Nuestro niño o niña interior es la suma de todas las vivencias (psíquicas, emocionales, físicas y espirituales) que viví de pequeño/a. “Sólo cuando escucho la voz del niño que hay en mi interior puedo sentirme auténtica y creativa” Alice Miller.

A partir de mi niño interior, mi niña interior y mi madre y padre interiores, definiré mi estilo educativo. Os invito a revisar dónde os encontráis en este momento. Nos daremos cuenta de las cosas que hago porque he creído que “así tenía que ser”, porque “toca”, porque “es lo que hay” o lo que “tengo que hacer”. De lo que hago de diferente a mis padres y de lo que repito (¿quiero repetirlo?). Y de lo que hago y he escogido libre y conscientemente, por mí mismo o misma desde mi esencia.