Es una frase muy dura producto de un montón de rumiación previa. Me la decía esta semana una chica de 16 años en la consulta.
Al pensar en una adolescente pronunciando estas palabras, quizás imaginemos unos padres autoritarios que no se contentan con las notas de su hija, o que la han castigado injustamente sin salir. Éste no es el caso. Aunque si lo fuera, tampoco habría que menospreciar su sufrimiento.
A la chica que os describo la superan unas exigencias que no se ve capaz de afrontar y se cuestiona su propia existencia. Ya no hablamos solamente de la escuela, los amigos o los padres. A estas alturas, lo que le parece demasiado duro es vivir.
Y cuando vivir se vuelve un sufrimiento inescapable, uno se cuestiona la alternativa.
El suicidio es una de las principales causas de muerte en la población juvenil.
Los profesionales de la salud mental llevamos meses viendo como la ideación suicida, los intentos y las autolesiones se incrementan de forma alarmante.
¿Qué podemos hacer ante esta realidad?
- Escuchar, si. Pero también ir más allá de la escucha activa y atender a los mensajes que esconden sus frases, sus enfados, sus lágrimas y sus heridas. Escuchar también lo que no se habla.
- Validar su sufrimiento y hacerles compañía en ese momento difícil de sus vidas.
- Recordarles que son valiosos por el simple hecho de existir y no solo por sus logros o virtudes.
Y si eres tú esa chica que no ha pedido nacer y que cree que todos estarían mejor sin ella: pide ayuda y expresa lo que sientes a los demás. Si lo haces, te estarás cuidando y valorando, un paso necesario para comenzar a salir del lugar en el que te encuentras ahora.