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LA PÉRDIDA DE LA INGENUIDAD

La madurez tiene un reverso oscuro del que no he oído hablar mucho entre mis colegas y que yo tampoco menciono muy a menudo de hecho. Esto último seguramente se debe a que me considero un promotor del crecimiento y la madurez como claves del bienestar psicológico. ¡Lo son!

Sin embargo, el hecho de que madurar sea algo deseable, no implica que sea siempre agradable. Madurar tiene un precio: esfuerzo, sufrimiento y tiempo. Pero todavía existe una última cosa igualmente amarga de este proceso: la pérdida de la ingenuidad.

Cuando el niño descubre que los reyes magos no existen, ya no puede volver atrás y desaprender lo que sabe. La ingenuidad idílica deja lugar a una compleja realidad que no es ni mucho menos tan reconfortante como lo era el desconocimiento. “Ojos que no ven, corazón que no siente” podría ser el lema del perfecto Peter Pan. Lo que Peter no quería reconocer es que doler es necesario para poder madurar, y madurar es necesario para vivir sin neurotizarse. Por tanto, eso que empieza en la infancia es un proceso que durará toda la vida.

A medida que crecemos, perdemos la ingenuidad de manera progresiva: un día de pequeños nos damos cuenta de que los padres no son aquellos superhéroes omnipotentes que idolatrábamos, el adolescente se encuentra con que sus amigos también le pueden fallar, o que el amor de su vida quizás no dura para siempre; y justamente de cosas que no duran para siempre trata una de las más crudas revelaciones que nos plantea la edad adulta, y es que la vida tampoco es para siempre.

Indudablemente, después de la revelación más o menos traumática, existe un proceso de duelo. El niño tiene un disgusto al saber la verdad sobre los reyes, lo niega al principio y después llora o quizás ya lo venía sospechando hacía tiempo y se ha ido desencantando poco a poco. Afortunadamente, tarde o temprano llegamos a integrar esta realidad y se produce una reacomodación: quizás no puedo volver a disfrutar de esa experiencia de la misma manera, pero no significa que no pueda seguir disfrutando de ella. Dicho de otro modo, que deje de llevar la carta a los reyes no significa que no disfrute viendo las sonrisas durante la cabalgata.

Sí. La vida es compleja e incluso la propia madurez tiene sus claroscuros; pero si por los motivos que sea te encuentras enfrentando uno de esos momentos de sufrimiento y te sientes desencantado, te recomiendo dejar de perseguir esa ingenuidad perdida y buscar nuevas formas de disfrutar.

Esteve Planadecursach Soler

Psicólogo col. 21691