La compasión es la motivación de aliviar el sufrimiento, el propio y el ajeno. No se trata solo de empatizar con el sufrimiento, sino de centrar la atención en una acción posible para reducirlo. En las últimas dos décadas se han realizado numerosas investigaciones y se han creado diferentes programas de entrenamiento en compasión.
Un grupo de investigadores de Standford comprobó que la compasión disminuía las preocupaciones de las personas y aumentaba su bienestar. En pacientes con dolor crónico, la sensibilidad al dolor disminuyó tras 9 semanas de prácticas y se incrementó su sensación de bienestar. Las parejas de las personas participantes en el programa los describieron como menos iracundos.
En estudios realizados en la Universidad de Carolina del Norte, en los que se practica una actitud de benevolencia, se observó que no solo disminuía la depresión y estimulaba las actitudes positivas, sino que también incrementaba la sensación de satisfacción de las personas con sus vidas, reforzando sus conexiones con familia y amigos.
En la Universidad Emory, se utilizó una adaptación similar con estudiantes que padecían depresión. Los resultados iniciales sugerían que fomentar una actitud de compasión no solo repelía hasta cierto punto la depresión, sino que también reducía las respuestas corporales frente al estrés.
Resultados en el cultivo de una actitud de compasión sugieren incluso beneficios biológicos, como disminuir la inflamación y rebajar los niveles de hormonas del estrés. Las investigaciones llevadas a cabo por Richard Davidson han mostrado que el entrenamiento compasión, provoca cambios beneficiosos en el cerebro, tanto en su estructura como en su función.
En el instituto Max Planck de Alemania, la neurocientífica Tania Singer, formó equipo con Matthieu Ricard, un biólogo francés ordenado monje, a fin de evaluar diversos métodos para cultivar compasión. Hallaron una diferencia entre acumular empatía (cuando sientes cómo siente la otra persona) y compasión (cuando quieres aliviar su sufrimiento); cada una de ellas aumenta la actividad de distintos sistemas neuronales.
Cuando simplemente empatizamos, sintonizamos con el sufrimiento de alguien –por ejemplo, al visualizar vívidas imágenes de víctimas quemadas u otras personas pasando graves penurias–, el cerebro enciende los circuitos para sentir dolor y angustia.Ese tipo de resonancia empática puede inundarnos de desequilibrio emocional, de “angustia empática”, como lo llama la ciencia. Las profesiones de atención a las personas en salud, en servicios sociales, en educación, comportan el riesgo de este tipo de ansiedad crónica, que puede llegar a convertirse en agotamiento emocional, un precursor del desgaste profesional.
El grupo de Singer descubrió que después de que las personas practicasen sentir calidez e interés por los demás, podían mirar fotos de sufrimiento sin apartar la mirada defensivamente, permaneciendo abiertos a la aflicción ajena. Al mismo tiempo, se activaban los circuitos cerebrales relacionados con los sentimientos positivos, indicando su actitud de compasión y buenos deseos por la víctima. La compasión, sugieren los resultados, sirve como vacuna contra la angustia empática, alentando más actividad en los centros cerebrales del afecto, que aumenta la resiliencia en lugar del desgaste.
En los tiempos actuales y para mitigar los efectos de la pandemia de COVID-19, es urgente y necesario implementar programas de entrenamiento en compasión para desarrollar la resiliencia y reducir el burn-out.
Así que en este momento te invito a contemplar tu sufrimiento y a centrar tu atención en qué es posible para ti llevar a cabo para reducir tu sufrimiento. La compasión es acción.
Soledad Calle
Psicóloga general sanitaria
Colegiada 13.541 (COPC)
Socia Fundadora de Quantum Psicología