La conmemoración del Día Internacional de las Mujeres me produce una sensación ambivalente y agridulce. Por un lado, es un día en el que se hacen visibles las desigualdades y discriminaciones entre géneros, la prensa y los medios de comunicación hacen eco de la situación de las mujeres en nuestro mundo globalizado, de cómo estamos en el ámbito laboral, de cómo está el reparto del trabajo reproductivo y de cuidado, de cómo va la distribución del poder, de las violencias y abusos, y de todos aquellos detalles que tiñen de forma insidiosa a cada uno de los rincones de la vida y de las relaciones, es un día en el que de forma obligada debemos hablar del tema.
Por otro lado, me molesta el tono de victimismo que adoptan algunos discursos, que nos vuelven a colocar en el papel de sufridoras y abnegadas, capaces de aguantar estoicamente el estado de la cuestión, y obvian las grandes aportaciones de un montón de mujeres, que de forma silenciosa están liderando grandes cambios en el mundo de la empresa, en la gestión de los equipos, de la política, en la ciencia, en la construcción de un mundo algo mejor. Observo también cómo este día ha entrado plenamente en la agenda política y ha quedado institucionalizado, forma parte de lo políticamente correcto y cuando escucho determinados discursos me quedo con una sensación de falsedad, que son palabras que toca decir pero en las que no es creen de forma auténtica, porque si así fuera, ¿cómo es que continúan las cosas como están?
Vivir como un ser distinto y único entre iguales.
Este día no puedo evitar pensar en el binomio igualdad-diferencia, esa polaridad en la que nos movemos, entre la igualdad de derechos y la valoración de la diferencia que permite la diversidad y la riqueza, vivir como un ser diferente y único entre iguales, en palabras de la filósofa Hannah Arendt. Hace poco tiempo, y todavía encontramos lenguajes que lo manifiestan, era el Día de la Mujer, sin plural, como si sólo hubiera una forma de ser mujer o ser hombre, como creyendo que existe una esencia femenina o masculina; este lenguaje desvela una rigidez limitadora y restringe los significados y significantes y con una sola palabra elimina las diferencias; de una vez, se echa la complejidad.
También se llama Día de la Mujer Trabajadora; este adjetivo, trabajadora, revela lo importante, el trabajo productivo, y omite la relevancia de la dimensión del cuidado, que queda invisible, a pesar de ser un pilar fundamental de nuestra organización. ¿Por qué no se llama Día Internacional de las Mujeres?
La respuesta: liderar nuestras vidas.
Espero que ese día nos interpele sobre nuestras conductas, pensamientos y creencias, que ayudan a sostener y mantener las discriminaciones. Es un trabajo de reflexión interna y de cambio. Y como todo cambio supone pasar a la acción. A partir de este contexto, el Coaching es un buen instrumento para ayudar a muchas mujeres a pasar a la acción y ayudarles a creer en sí mismas, a incrementar su confianza y liderazgo personal. Es a partir del propio liderazgo que podemos influir en otros, invirtiendo nuestra energía en la creación de nuestra vida.