Hoy quiero hablar de los monstruos que viven entre nosotros: el psicópata, el perverso, y aquellos que llevan a cabo actos de maldad descarnada. Pero sobre todo me gustaría reflexionar sobre qué hay detrás de estos monstruos, y que precisamente el hecho de llamarlos “monstruos” puede ser un error.
¿Cómo es posible que alguien pueda dañar a otra persona: violar, matar o abusar de indefensos? la respuesta fácil y más o menos tranquilizadora es: está enfermo, loco y alejado de la realidad. Es un monstruo inhumano y por tanto deberían cerrarlo, tratarlo, esterilizarlo o incluso eliminarlo. Una conclusión que no es muy diferente a la de otras épocas donde la fe religiosa tenía más peso y el desvío moral adjudicado a posesiones demoníacas o brujería, debía ser exorcizado con rituales o purificado en la hoguera.
Estamos haciendo equipos y poniendo distancia entre «yo» y los «otros». Donde el «yo» se identifica con la normalidad, la salud y la humanidad; y al otro lado tenemos las anomalías, enfermos y monstruos. La eterna lucha entre el bien y el mal, donde por supuesto nosotros nos identificamos con la bondad.
Estas etiquetas ordenan y clarifican nuestros baremos morales, lo hacen todo más simple y nos desatan de la responsabilidad del delito cometido. Al igual que en un partido de fútbol, cuando mi equipo gana «hemos ganado» (nosotros) pero cuando pierde «han perdido»(ellos). Desentenderse del equipo perdedor es un comportamiento muy infantil. Era de pequeños que el mundo se dividía entre buenos y malos, polis y cacos. La realidad del mundo adulto es más compleja.
En todos los años de trabajo como psicoterapeuta, todavía no he conocido a nadie que disfrute haciendo daño por simple sadismo. No digo que el ser humano sea bueno o malo por naturaleza, simplemente que hay explicaciones más elaboradas que llevan a alguien a dañar, más allá del simple gusto de hacer sufrir a los demás.
Pensar que los monstruos existen no deja de ser una fantasía más fácil de asumir que la cruda realidad en la que, estos que decimos “monstruos” son parte de nuestra sociedad, somos responsables e incluso podríamos ser nosotros mismos como demuestra Milgram en su “estudio del comportamiento de la obediencia” o Zimbardo en el “experimento de la cárcel de Staford” donde sujetos experimentales aleatorios acaban perpetrando actos de tortura y graves vejaciones ante determinadas circunstancias.
La deshumanización de los asesinos y violadores nos impide entender las causas profundas que hay detrás de estos actos, y por tanto también nos aleja de poder prevenirlos y repararlos. De modo que a pesar de ser muy efectivo (a nivel individual y a corto plazo) y rápido desinteresan, si no comprendemos a estas personas y las causas que les rodean, hechos como éstos se seguirán produciendo.
Si seguimos fantaseando con monstruos, los monstruos seguirán existiendo.