“Eric hace días que se muestra triste en el aula y a la hora del patio se queda cerca de las profesoras, no quiere jugar. Pide a los padres que le acompañen a la escuela, no quiere ir solo. A menudo llega a casa con algún libro roto.”
Fred se levanta con mucha rabia de la cama. Sale sin almuerzo de casa y va hacia el Instituto. No sabe ni qué día es y le da igual. Busca ser el protagonista del grupo y estar lo más activo posible, tiene ganas de romperlo todo. Si se queda quieto siente un nudo en el pecho que no le deja respirar. Noa y Miquel sienten algo parecido y también miedo a no seguir las ideas y acciones de Fred, porque si no lo hacen, se enfada.
Harif ha visto la siguiente escena en el patio de la escuela: cuando Eric ha llegado, le seguían Fred, Noa y Miquel. Le han dicho: “Lee, idiota, ¡qué haces aquí! ¡Sal que molestas!” Le han tirado la mochila al suelo y lo han echado con empujones”.
Ésta es una situación de acoso escolar, de maltrato entre alumnos: comportamiento agresivo que realiza repetidamente un grupo de alumnos/as hacia uno o una alumno/a. En la relación se da un desequilibrio de poderes, donde la víctima tiene dificultades para defenderse del abuso de agresores y/o agresoras. Cuando hablamos de esta problemática, hay que tener en cuenta que se da de forma gradual: no nos volvemos agresivos de repente, sino que vamos dando señales, y necesitamos un entorno que nos sepa leer y de contención para no ir escalando hacia actos cada vez más violentos. De ahí la importancia de la comunidad educativa: padres, madres, maestros, alumnos, monitores… por facilitar juntos los factores que pueden evitar el acoso (comunicación asertiva, empatía, ambiente de seguridad y tolerancia, trabajar la energía agresiva de forma constructiva, etc.).
Fue el psicólogo Dan Olweus en 1973 en Noruega, quien empezó a estudiar la violencia escolar y con mucho más interés a partir de 1982 a raíz del suicidio de tres jóvenes.
Según una encuesta realizada a 21.487 alumnos de secundaria en el año 2015 (“Save the Children”), 1 de cada 10 alumnos ha sufrido acoso escolar, un tercio reconoce haber agredido físicamente a un/a otro compañero/a y la mitad reconoce que ha insultado. Las edades con mayor incidencia son entre 11 y 14 años. Los datos son significativos, el acoso escolar no es un problema aislado ni reciente.
Enfadarse, la ira, la rabia, la fuerza que da la energía agresiva están mal vistos, cuando son sentimientos tan lícitos como la alegría o la tranquilidad.
A menudo de pequeños aprendemos a reprimir sentimientos de rabia, aunque vemos cómo el mundo de los adultos suele expresarla directa o indirectamente y también hacia nosotros. Podremos tragarnos la rabia y empezar a tener dolor de estómago o bien podremos iniciar luchas de poder, peleas, diferentes formas de canalizar de forma desadaptativa la energía agresiva reprimida o bloqueada.
La energía agresiva positiva, adaptativa, es la que se requiere para expresar un fuerte sentimiento y la que nos da el apoyo necesario para emprender una acción. Es la energía que se utiliza para morder una manzana, un trozo de carne. Los niños y niñas que pegan, atacan, que tienen manifiestas luchas de poder, que suelen actuar de forma agresiva carecen de la energía agresiva positiva. Están actuando más allá de sus fronteras y no desde un sitio sólido y fuerte dentro de sí mismos/as. Los niños y niñas temerosos/as, tímidos/as, retraídos/as, que parecen tener un yo frágil tampoco tienen bien desarrollada la energía agresiva adaptativa.
El problema no es la energía agresiva en sí, el problema radica en una energía agresiva descontrolada o reprimida.
Un niño/a, una chica, un chico que agrede a otro, que tiene conductas hostiles, intrusivas, destructivas, tiene profundos sentimientos de ira, de rechazo, inseguridad, angustia y un difuso sentido de la propia identidad. Tiene muy mala opinión de sí misma o él mismo, es decir una baja autoestima. Ha escogido la agresión como su método de supervivencia, antes de poder sentir y expresar lo que realmente le ocurre. Aquel daño que hace al otro con el acoso escolar, lo siente él mismo, ella misma. Tiene carencias para enfrentarse a un entorno escolar, en este caso, que le provoca furia y temor. El medio le perturba. Con estas conductas agresivas está haciendo un intento más (cada vez más exagerado) de llamar la atención como un intento desesperado de restablecer el contacto social. Por el momento es el único canal que encuentra o tiene para relacionarse, y se está haciendo daño a él/a y a la persona que haya elegido como víctima.
Las causas de sentir una ira descontrolada son diversas y dependerá de cada niño/a, chico/a y de su contexto. Una de las causas puede ser un modelo educativo, referente para los niños, donde existe ausencia o deficiencia de valores de respeto y tolerancia, de límites y normas puestas con amor y firmeza, donde se reciben castigos a través de la violencia o intimidación y dónde se aprende a resolver problemas y dificultades con la violencia.
Las personas más susceptibles de ser elegidas como diana para recibir insultos, malas palabras, golpes, ser excluidos del grupo, intimidaciones, tienen dificultades para defenderse, mucha inseguridad y baja autoestima. Pueden ser niños/as, chicos/as temerosos, retraídos, con pocas amistades, que destacan por ser diferentes de la mayoría, y que al igual que los agresores/as, tienen dificultades para contactar con la energía agresiva y parar los ataques. Se pueden inhibir, bloquear e incluso creerse merecedores del maltrato. También necesitan que otros compañeros y adultos les ayuden a denunciar y poner fin a su papel de víctima (y evitar el profundo malestar y el estrés postraumático que puede ocasionar un acoso). Es necesario estar en un ambiente que ofrezca protección y seguridad, mediante adultos que están atentos al estado interior de los niños y adolescentes.
Poder hablar y permitir oír y expresar la rabia de forma constructiva (sin hacerme daño a mí ni a los demás), es el punto de inicio para no volcar mi ira contra el otro, en este caso un alumno/a, como una manera engañosa de intentar deshacer mi malestar.
Las familias y las escuelas pueden crear espacios para hablar de este sentimiento y permitir la expresión de los sentimientos de rabia, ira (miedo) y enfado de cada niño y niña. ¿Cómo? Una forma puede ser crear “La hora de la expresión de la ira”, donde los niños y niñas pueden decir todas las cosas que les ha pasado al día que les ha enfadado, en relación con los demás, ellos mismos, maestros, padres y madres, entorno escolar… El poder ser escuchados y contenidos con los sentimientos es un antídoto de ser agresivo o ser agredido.