Estamos en el centro de Barcelona

hola@quantumpsicologia.com

693.729.607

LAS EMOCIONES EN TRES COMPASOS

Salgo a la calle y veo los parques donde tanto he jugado, cerrados. Llamo a mamá y le digo por vigésima vez si hacemos una carrera. Me dice que espere un poco. Está ocupada. Qué rollo. No puedo esperar, le vuelvo a preguntar. Abuchea diciendo que un momento que está hablando con la tía por teléfono, que cuando habla me he de esperar. Llevo mucho tiempo esperando. Estoy harto. El parque cerrado, el cole cerrado, los amigos y las amigas, ¿dónde se han metido? Y mi madre parece tener la cabeza muy lejos, a veces. Mamá, ¿hacemos una carrera? No quiero llevar la mascarilla, quiero un helado. Por fin me deja comer helado. ¿Qué ocurre con este virus, está incluso en los helados? Tengo miedo, no toco el suelo por si no veo el virus, y está esperándome. No quiero ponerme enfermo. Odio tomar jarabes amargos. Hace tanto que no veo a los abuelos…dicen que este virus les ataca a ellos y ellas sobre todo, sueño con el abuelo. Lo quiero taaaaanto, y él a mí. Yo los protegeré, con mis dinosaurios haré tanta fuerza que mataré al virus. Mamá, ¿a quién quieres más, a papá o a mí? Mamá… Papá…

Estoy tan contento, hoy he visto y he jugado con mi amiga Lucía. Hemos hecho todas las carreras del mundo. Ahora estamos en la playa. Hacemos un agujero en la arena para encontrar el tesoro. Lucía, ven, mira que buena que está el agua. Pongo los pies en el agua y qué gusto, ¡me quiero meter entero en el agua! No me dejan. Ven, ven, ven a encontrar el tesoro. ¡No quiero irme a casa! ¿Por qué ha terminado el tiempo? ¿Si todavía hace sol y es de día? ¿La hora de los abuelos? No entiendo nada y mi madre se enfada conmigo porque no le hago caso. Lloro. Llegamos a casa y como no he tenido suficiente escalo por el sofá, por la mesa y salto lo más lejos que puedo. Qué bien eso sí me lo dejan hacer en casa. Me siento tan agusto… quiero dormir con papá y mamá.

Ya puedo salir de casa. Uf, que fuerte, después de 50 días sin salir ni al rellano de casa. ¿Me da miedo salir, iré suficientemente protegida? ¿Y mi familia va bien protegida? Uf, venga, salgo. La paz de la calle, el vacío de ruido, coches y gente, me tranquiliza. Sin embargo no toco nada, respiro poco y me limpio las manos con gel cada dos por tres. También las manos de mi hija y las de mi compañero. ¿Estaremos bien abriéndonos de nuevo al mundo y al contacto con el exterior? Me doy cuenta de que he formulado frases que nunca hubiera pensado y que no quiero seguir pronunciando como: todavía no se puede tocar a la gente. El miedo estaba instalado en mi piel y alma. Buff, ya no puedo más. Y poco a poco empiezo a reestructurar los pensamientos, emociones y palabras mensajeras: Cuando me encuentre alguien le tocaré con la mirada, con las palabras. Con besos y abrazos en forma de mímica, gestos y expresiones. No es posible seguir aislada, sin contacto. Dejo el miedo para conectarme con uno de los placeres más importantes de la vida: las relaciones humanas. Me reafirmo en que lo más importante en mi vida son los vínculos afectivos. Quiero reencontrarme con mis amigos, amigas, hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, cuñados y cuñadas, primas, primos, mi padre, mi madre, mi suegra… Con prudencia iré haciendo.

Volvemos a las calles, a las terrazas, a pisar la arena de la playa. Qué placer. Nos encontramos caras de amigos y amigas con mascarillas protectoras de riesgos, que esconden miedos y suspiros. Otras caras caminan libres de miedos y prudencias. Llaman al viento y al bronceado total. Pienso que nos protegemos más o menos en función de nuestra situación personal, de nuestras creencias, de nuestros miedos y fantasmas. De nuestra relación con la enfermedad, la muerte, la vida, el placer y tantas cosas más. Un amigo me abraza y me da dos besos con toda su fuerza, ¡qué alegría por el cuerpo! ¡Cuánto lo necesitaba! En algún momento tengo un escondo de miedo… ¡Pero me ha sentado tan bien que no hay miedo a que valga!

Reviso mis vínculos…

Amistades de largo recorrido, hace años y años que nos conocemos. Cuántos días, experiencias de todos los colores y momentos especiales compartidos. Estamos siempre que necesitamos y lo sabemos. Han resistido el paso del tiempo, los conflictos y momentos de distanciamiento. Acumulan tantos recuerdos y buenos momentos y me hacen suave y alegre la vida. De nuevo, han sido pilares para esta nueva crisis, compartir lo que nos sucede profundamente, la hace más fácil.

Amistades nuevas, me aportan ligereza y aires nuevos. Alimentan mi día a día más familiar y personal. Poder ser de nuevo, colocarme en otros sitios y recibir miradas diferentes. Me ayuda a ver otros matices de la vida y ofrecer nuevas miradas.

Amistades, familiares que echo de menos, por distancia física. Y otros por la distancia emocional: hace tiempo, sin acabar de romperse el vínculo ese pendula entre la nostalgia de los buenos recuerdos y el dolor de lo mal encajado del pasado que hace que en el presente algo se haya perdido. Quizás llegue el día en que podamos hablar de ello o simplemente algo se moverá de nuevo.

También ha habido alguna amistad que se ha roto. Me ha hecho falta tiempo para aceptarlo. La tristeza se ha convertido en rabia, hasta que he soltado.

He tenido alguna buena sorpresa con la aparición de una amistad silenciada mucho tiempo. Donde sólo ha sido necesaria una señal para reanudar la conexión con el cariño como vencedor. ¡Qué alegría compartir de nuevo! Y qué reparador cerrar heridas del pasado.

Luego están los vínculos familiares. Con la familia de origen. De nuevo poder contar con los hermanos, hay quien siempre está dispuesto a ayudar, quien pide protección e intentando solucionar una vez más viejos conflictos, aprendiendo de nuevo. Sonrio pensando cómo las nuevas amistades, tienen similitudes con las viejas y cómo estas amistades viejas y nuevas se parecen en algunos aspectos con la familia de origen. Esta etapa de pandemia también ha comportado algún movimiento en cómo me relaciono ahora con la familia. Cuando me encuentro con mis padres, mamá y papá, intento practicar mucho la actitud del “carpe diem”. Porque ahora soy más consciente aún, de que son mayores y no infinitos… También pienso qué cosas les quiero decir, preguntar, transmitir…el tiempo que estamos juntos, juntas. Me cuesta mucho decirlas y creo que sería bueno.

Más tiempo con la familia construida, ha dado lugar a nuevos conocimientos, nuevas situaciones, nuevos límites y reafirmar mi amor hacia ellos y hacia mí misma. En casa, el refugio necesario para abordar la vida interior y exterior.

Esto es peor que la segunda Guerra Mundial. Decidí ir a vivir a una Residencia para no vivir sola y ahora me han dejado sola, totalmente aislada durante dos semanas en una habitación, porque he dado positivo en este virus que siento decir que es tan peligroso. Soy fuerte y me encuentro bien, quiero salir, pero no me dejan. No puedo ver a mis hijos, a mi hija, ya hará 3 meses que no los veo. Es el peor momento de mi vida. Me siento en una cárcel. Me aferro a mis recuerdos para respirar. Pronto volveremos a salir y a vernos, queridos hijos, querida hija.