El filósofo George Berkeley decía que sólo conocemos lo que percibimos, por lo que sus contemporáneos discutieron si cuando caía un árbol en el bosque y nadie estuviera presente para escuchar, haría algún ruido.
Por lo que hoy sabemos no habría ruido alguno, ya que el sonido no es ninguna cualidad de la realidad absoluta, sino sólo de la nuestra. Los colores, sonidos, gustos y olores son atribuciones de nuestra mente.
Aquí fuera no hay más que radiaciones electromagnéticas de diferentes longitudes de onda que incidiendo sobre nuestros receptores producen potenciales eléctricos, los potenciales de acción, que son todos iguales provengan del ojo, el oído, el gusto, el olfato o del tacto. Es en las distintas regiones de nuestro cerebro donde se atribuyen las cualidades secundarias. Por este motivo, una lesión en la región cortical donde se procesa la visión cromática tiene como resultado que la persona se vuelva acromática y no sólo no vea colores, sino que ni siquiera sueñe con ellos.
En la construcción de este mundo interior, si falta alguna información, el cerebro la suple para generar una historia plausible aunque no sea completamente exacta.
El cerebro crea la mente
Del mismo modo, el cerebro crea el yo consciente, aunque todavía no sepamos cómo, y a partir de la actividad neuronal se pasa a un concepto tan abstracto como éste.
El yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real.
¿Qué sentido tendría esa ilusión del yo? Se ha argumentado que la razón es simplemente la función de predecir la conducta de los demás. Si creo que dentro de mí hay una persona que se comporta como cualquier otra, puedo predecir el comportamiento de los demás observando a esta persona dentro de mí. La autoconciencia sería, pues, el invento del yo para saber qué van a hacer los demás, un sistema para generar representaciones.
Hoy sabemos que todo lo que experimentamos se procesa en patrones de actividad neural que conforman nuestra vida mental. Y no tenemos ninguna conexión directa con la realidad exterior. Vivimos, por tanto, en una realidad virtual.
¿Cuántos yo hay dentro de ti?
Habría que preguntarse si hay sólo un yo. No hace tanto tiempo se buscaba afanosamente la memoria, asumiendo que era una sola entidad. Hoy sabemos que existen diferentes tipos de memoria con diferentes localizaciones en el cerebro.
Lo mismo ha ocurrido con la inteligencia, y hoy se definen varios tipos de inteligencia. Por eso hay que preguntarse si no ocurrirá lo mismo con el yo.
Conocemos diferentes aspectos del yo, como el sentido de unidad, la multitud de sensaciones y creencias, el sentido de la continuidad en el tiempo, el control de las propias acciones (esto último relacionado con el tema de la libertad o libre albedrío), el sentido de estar anclado en el cuerpo, el sentido de la propia valía, dignidad y mortalidad o inmortalidad.
Cada uno de estos aspectos puede estar mediado por diferentes centros en diferentes partes del cerebro y que, por conveniencia, los tomamos todos en una sola palabra: yo.
Hay casos clínicos que muestran que hay muchas regiones cerebrales que juegan un papel en la creación y mantenimiento del yo, pero no existe ningún centro donde se reúna todo físicamente.
En muchos experimentos puede observarse la capacidad de interpretación del hemisferio izquierdo de la conducta iniciada por el hemisferio derecho. Si se le enviaba una señal al hemisferio derecho que decía “caminar”, el sujeto se ponía en marcha. Y preguntado al sujeto verbalmente que por qué lo hacía, el hemisferio izquierdo hablando respondía que iba a buscar una bebida, o simplemente que tenía ganas de hacerlo.
El hemisferio izquierdo, cuando no conoce las razones de la conducta del organismo, inventa una historia plausible para interpretarla. En otras palabras: para este yo el hemisferio izquierdo una historia plausible, pero falsa, es mejor que ninguna.
En un experimento, se proyecta a una persona un paisaje nevado en el hemisferio derecho y la cabeza de una gallina en el hemisferio izquierdo y luego se le pide que elija con cada mano entre varias imágenes que se les proyecta la que estuviera más relacionada con lo que habían visto, la mano derecha, controlada por el hemisferio izquierdo, elegía una gallina, y la mano izquierda, controlada por el hemisferio derecho, una pala.
Pero si se le preguntaba a la persona que por qué había elegido con la mano izquierda una pala respondía que para limpiar la basura del gallinero.
Así, nuestra mente fabrica historias que le parecen plausibles pero que no corresponden a la realidad, que no podemos captar con nuestro aparato perceptivo. Es todo una ficción. Hay historias que, como en la literatura o el cine, son terroríficas, o cómicas, o dramas. Quizás podemos narrar de otro modo, quizás podemos reescribir el guión.