Estar en pareja forma parte del proyecto vital de muchas personas, a través de ella buscamos cierta plenitud existencial. Pero, como muchas cosas en la vida, la pareja también está sujeta a cambios. Cambios que pueden deberse a múltiples factores: económicos, familiares, enfermedades, la venida de hijos…
Después de grandes cambios la pareja debe encontrar su nueva estabilidad, pero no siempre lo consigue y puede encontrarse frente a sus propios límites y entrar en crisis.
Estos límites se pueden agrupar en tres grupos:
- Coyunturales: los que se deben a los elementos externos, como son los económicos, la enfermedad de un familiar, la entrada de otra persona a la convivencia…
- Incompatibilidad de los caracteres: con el transcurso del tiempo puede ir aumentando la sensibilidad ante determinados rasgos o comportamientos del otro.
- Cambio en el rol del sistema familiar: debido al nacimiento o adopción de hijos aparecen los roles de madre/padre, añadiendo nuevas funciones a la relación que no siempre se asimilan bien.
Cuando la pareja llega a su límite podemos vernos incapaces de gestionarlo por nosotros mismos y entramos en un estado en el que cada uno vive su grado de insatisfacción y soledad. Es cuando empezamos a vivir el desamor.
Se produce la situación paradójica en la que no se rompe la pareja por miedo a la soledad, pero por otra parte se cae en una soledad compartida, entrando en una rutina sin sentido que hace que aumente más el sentimiento de vacío existencial.
Habitualmente no afrontamos esta insatisfacción y desamor, pero esto no evitará que la vayamos expresando indirectamente, haciendo que aumente la tensión y haciendo que cada vez la relación sea más tóxica.
Llegado a este punto es el momento de tomar decisiones si no queremos hacer más insostenible la situación en la que vivimos.
- Acudir a los profesionales. Siempre es aconsejable para tener una visión más completa de lo que puede estar ocurriendo y con la ayuda del terapeuta tratar de encontrar posibles soluciones para recuperar el bienestar perdido.
- Separarse. Cuando no se encuentran las soluciones o éstas ya han resultado ineficaces lo mejor es plantearnos en serio y de forma consciente la separación.
La separación puede asustar mucho y es un difícil proceso de cambio que cada uno vive como puede y a su manera, pero con ella buscamos encontrar una mejora en la situación vital. La decisión debe surgir de una deliberación responsable por parte de ambos integrantes de la pareja como una forma de solución digna para seguir viviendo de forma saludable.
¿QUÉ PASA CON LOS HIJOS?
En ocasiones se pone la excusa de los hijos y no se afronta la separación, pero sólo se está continuando con la situación de vacío e insatisfacción con la correspondiente tensión. Para verlo más claro, planteémonos qué puede significar para los hijos vivir en un ambiente tenso, sin amor y con algún grado de violencia explícita o implícita. Así, los hijos no pueden ser la excusa para perpetuar una situación de desamor.
Las separaciones son dramáticas, algunas más que otras, y en ellas podemos verter una cantidad increíble de odio y destructividad que estaban latentes y corremos el riesgo de convertir a los hijos en instrumentos de chantaje y destructividad hacia el otro. No debemos perder de vista que tal cosa nunca será justa para los hijos.
Llegado el momento de dar la noticia a los hijos debemos hacerlo los dos padres a la vez y a todos los hijos también a la vez. En este momento debemos olvidar nuestras diferencias y ponernos de acuerdo en cómo hacerlo.
Podemos hacer participar a los niños a partir de los cuatro años, y pedir opinión sobre su futuro en función de su grado de madurez y a su ritmo. Podemos ir informando de forma progresiva de cómo se irán desarrollando los aspectos fundamentales de la separación.
Es importante tener en cuenta que si no les hemos hablado con claridad ni tampoco les hemos permitido vivir el proceso de separación de forma natural, como algo humano más, tenderán a sentirse culpables de nuestra separación.
No informar a los hijos es una equivocación, ya que los niños y niñas son perfectamente capaces de asumir la nueva realidad siempre que se humanice el proceso de separación, permitiendo la expresión de sus emociones y ofreciendo la seguridad necesaria para que puedan ir integrando progresivamente los cambios.
Hay padres que buscan que los hijos elijan un bando, nada más desaconsejable, ya que a la larga los hijos se culparán por tomar partido por uno de los dos.
La separación debería poder hacerse, al contrario de lo que ocurre a menudo, desde la tranquilidad y la serenidad, actuando más desde una posición razonable que desde una irracional y sin perder de vista el bienestar e intereses de nuestros hijos e hijas.
Sergi Palma
Psicólogo Col. Nº. 10621