Cuando estamos nerviosos, nos sentimos vivos.
Cuando estamos alerta, lo damos todo.
Cuando estamos lejos de nuestra zona de confort, crecemos.
Normalmente suelo reforzar a mis pacientes siempre que demuestran signos de madurez, cuando son capaces de sobreponerse a las exigencias de las pulsiones y los instintos que su niño interior llama para satisfacer; pero ese refuerzo no siempre es positivo. Es fácil reconocer el síndrome de Peter Pan en aquellos hombres que tienen miedo al compromiso o los que no expresan lo que sienten por miedo a mostrarse vulnerables; también en aquellas mujeres neuróticas que no logran ponerse en la piel de los demás y que viven una constante montaña rusa emocional.
La inmadurez es muy evidente.
¿Pero qué ocurre con las personas demasiado maduras? Existen. Y como en todos los extremos, de repente se dan cuenta que no encajan, algo falla y no se ajusta bien, pero esta vez de forma mucho más sutil. El exceso de madurez toma la forma de insatisfacción existencial, un malestar siempre presente en la periferia de nuestro pensamiento, anhedonia, sentimientos depresivos y ansiedad al darse cuenta de que no se es quien realmente querría ser.
Las personas excesivamente maduras que he conocido se preocupan de lo que las rodea hasta el punto de olvidarse de sí mismas, se amoldan a unas rutinas porque es lo que conviene, lo mejor a largo plazo; son aquellas personas que hacen lo que hay que hacer, lo que les mandan, lo más práctico ¿lo correcto? Tienen las cosas claras, demasiado claras. Quizás les moleste perder el tiempo, dejar de ser productivos, no atender lo suficientemente sus obligaciones familiares o decepcionar a los amigos y conocidos. ¿Quién puede quejarse de alguien sobradamente autocrítico, comprensivo, educado y reflexivo?
Lo que recomiendo a estas personas es no descuidar al “niño interior” que habitualmente acostumbramos a aleccionar. La parte infantil quiere jugar y no teme a los cambios porque está en constante movimiento, no disfruta quedándose en una zona de confort, necesita retos que la pongan a prueba y sabe que ¡quien no arriesga no gana!
Este niño conoce algo que muchos adultos ignoramos o hemos olvidado: que sentirnos incómodos significa que todavía hay cosas por aprender y que esto también puede ser fascinante.
Esteve Planadecursach Soler
Psicólogo col. nº. 21.691