Quisiera proponer una reflexión, dirigida principalmente a los amantes y predicadores del orden.
¿Alguna vez te has dejado las llaves en la nevera, el móvil en dentro de armario o has llegado a pensar que te han robado el coche después de buscarlo durante un largo rato en un parking público?
Intentaremos explicar en qué momentos de la vida somos más propensos a que nos sucedan este tipo de cosas, y algunas razones explicativas.
El orden nos da seguridad, previsibilidad y tranquilidad. Sin embargo, todos pasamos por situaciones, etapas o estados emocionales en las que incluso el más organizado empieza a tambalearse.
Cuando nos mantenemos de manera persistente o recurrente en estados de elevada ansiedad, nerviosismo y preocupación es cuando se produce, al mismo tiempo, esa desagradable sensación de que no rendimos al 100%. Podemos olvidamos citas, perder cosas, sentirnos más lentos y que se reduzca nuestra capacidad para resolver problemas, incluso los más sencillos o cotidianos. Estos factores incrementan aún más la sensación de falta de control sobre nuestro día a día, y con ello el malestar.
No es necesario estar pasando por una depresión, trastorno de ansiedad grave u otra patología mental para percibir que no funcionamos de la misma manera, que algo falla, que estamos más torpes y menos reflexivos (aunque podemos pasarnos todo el día dando vueltas a un mismo hilo).
Cuando pasamos por épocas de grandes cambios o etapas que nos impactan de manera negativa emocionalmente, se producen modificaciones en nuestra manera de percibir las cosas que suceden en nuestro entorno, e incluso dentro de nosotros.
Varias son las razones por las que esto sucede:
Las rumiaciones, o el hecho de dar vueltas constantemente a cosas que nos preocupan, hacen que focalicemos nuestra atención en estos pensamientos, y que nos desconectemos de aquello que estemos haciendo en este momento. Esto hace que se den, con frecuencia, situaciones en las que perdamos el hilo de lo que estábamos diciendo, olvidemos a qué hemos ido a una habitación o dónde hemos dejado las llaves. Nos volvemos menos eficientes y gastamos energía extra en realizar constantes comprobaciones de las acciones que, en momentos más estables de nuestra vida, realizamos sin dificultad.
¿Qué me está pasando? ¿Me falla la memoria? ¿Irá a más?
A menudo, la primera opción que suele escoger la gente para explicar estas conductas lo reduce todo a meter todos estos “fallos “que cometemos en un mismo saco: “la memoria”. Es cierto que podemos tener dificultades para recordar cosas que he hecho, algo que me han dicho o un recado importante que tenía que hacer.
Sin embargo, existen otros procesos cognitivos implicados, que cumplen un papel fundamental para poder funcionar de una manera adecuada en el día a día:
Uno de ellos es la Atención: La atención es la puerta de entrada imprescindible para poder memorizar algo.
Entre los distintos tipos de atención que existen, se encuentra la atención selectiva:
Es la capacidad para poder fijar la atención en un estímulo concreto de forma voluntaria, siendo capaces de inhibir otros estímulos de alrededor. Estos estímulos pueden ser, bien externos (ruidos, conversaciones ajenas a nosotros, una radio encendida, etc) o bien internos (un pensamiento que nos viene a la cabeza). La ansiedad y la preocupación hacen que no seamos tan rápidos o eficaces a la hora de discriminar los estímulos que son más relevantes en la misma medida en que lo somos cuando nos encontramos en estados emocionales más neutros.
Memoria de trabajo:
Es la capacidad que nos permite mantener /retener información de manera temporal para poder realizar una acción con esos datos de manera activa y consciente. La memoria de trabajo nos permite, por ejemplo, recordar y responder a lo que nos están diciendo en una conversación o mantener en la mente los ingredientes de una receta que vamos a cocinar mientras estamos hablando con alguien por teléfono.
Toma de decisiones:
Puede verse afectada nuestra capacidad para tomar decisiones de una manera razonada. En su lugar, reaccionamos de una forma más impulsiva y emocional, sin darnos tiempo a calcular o evaluar las repercusiones de diferentes alternativas que podríamos escoger para actuar.
Procesamiento emocional:
La manera en la que identificamos y procesamos las emociones (propias y las de los demás) puede verse afectada.
- En nosotros mismos, puede hacer que no reconozcamos aquellas señales que nos dicen “para y descansa”, llegando a exigirnos más de lo que podemos sostener.
- En los demás, podemos atribuir a las personas con las que interactuamos estados emocionales erróneos, contaminados por la emoción negativa que tenemos en ese momento.
¿Qué podemos intentar poner en práctica en estas situaciones?
- Paro y me escucho. Entiendo que en esta época quizás no puedo seguir el ritmo al que estoy acostumbrado/a.
- Apoyo visual externo: Agenda, calendario… Todo aquello que me apunto es un peso menos en mi mente con el que tengo que cargar. Poner al menos 3 momentos fijos al día en los que voy a revisarlo. (asociarlo, por ejemplo, a acciones que ya están instauradas en la rutina)
- Vivir en el presente. Estar presente de manera consciente en aquellas tareas que estoy realizando, disminuirá las conductas de comprobación (tales como cerrar la puerta o apagar la luz)
- Una cosa detrás de otra. Nuestra capacidad para realizar más de una acción al mismo tiempo quizás se vea reducida. Reduciremos la probabilidad de error y seremos más eficientes si hacemos las tareas de una en una y no varias cosas al mismo tiempo.
- Eliminar estímulos innecesarios que puedan interferir en lo que estamos haciendo. Una mesa ordenada y un ambiente con poco ruido ayuda a mantener la concentración.
- Agendar momentos para cuidarme, como si fuese una tarea más que hacer a la semana. Estos ratos serán más necesarios que nunca, pequeños chutes de energía para afrontar estas etapas de elevada exigencia cognitiva y emocional.
Sonia Cazorla Cavaller. Psicóloga General Sanitaria y Neuropsicóloga clínica. Nº COL: 18385