En la primera sesión con la psicóloga empiezo a contar mi desánimo. Me resulta difícil saber con exactitud cuándo empezó, probablemente hace años, de una manera insidiosa y lenta se fue incubando esa sensación de que todo es absurdo, de que nada vale la pena. Ahora hace un mes que estoy de baja, me paso el día en la cama y en los mejores momentos en el sofá. No tengo ánimo para hacer nada.
¿Qué ha pasado? Ahora nada en especial, hace dos años me separé, mi mujer me dejó, pero lo superé, saliendo con mis amigos, de fiesta. A menudo tomaba algunas copas de más. Hace un año murió mi padre, llevaba tiempo enfermo, yo ya estaba preparado. En los últimos meses en el trabajo han empezado a despedir a gente, quizá el próximo sea yo.
¿Cómo me siento?
Esta pregunta me irrita, ¡cómo quiere que me sienta! Como un deshecho, como un inútil, como un fracasado, también engañado, estafado, decepcionado. Cuántos adjetivos necesita, le devuelvo la pregunta. He venido porque la médica de cabecera me ha dicho que estoy deprimido y que necesito ayuda, y aquí estoy, escéptico que con las palabras sea suficiente, qué puede hacer esta mujer para cambiar el asco de mi vida, pienso mientras educadamente voy respondiendo sus preguntas. Quiere conocerme, dice que forma parte del tratamiento.
¿Cómo me describiría? ¡Esta sí que es buena! No lo sé, ahora no me reconozco a mí mismo, está Oriol de antes y Oriol de ahora. Claro, quiere ambas versiones. Oriol de antes era más alegre, con más energía, más abierto, con confianza, sentía interés por lo que le rodeaba y por las actividades que realizaba, creía que si hacía las cosas bien obtendría su recompensa, que si se esforzaba bastante, todo iría bien y que el mundo era un sitio habitable. Pero nada va bien, ni yo, ni mi vida ni el mundo, es una sensación de ir cayendo en un pozo que nunca se acaba, y quiero llegar al final para ver si hay alguna manera de salir, pero el descenso continúa, y estoy tan cansado… Me he perdido en un laberinto y no encuentro a mi hijo…
Ahora nada me motiva, la gente me fatiga y me enfado por cualquier cosa, así que he decidido aislarme, encerrarme y vivir conmigo mismo, pero hay días que no me soporto. La psicóloga me explica en qué consiste la psicoterapia, la define como un proceso de aprendizaje, qué es la depresión, como si yo no fuera ya un experto, y me pregunta si estoy dispuesto a trabajar con ella, como si fueran un equipo . ¡Pero si ahora no puedo ni ir al trabajo!
¿Qué pequeña acción, si la llevara a cabo, supondría un cambio para mí durante la próxima semana?
Me quedo callado, y pienso… Hay una batalla en mis pensamientos, una parte de mí que grita algo como «Si lo supiera ya lo habría hecho, ¿se piensa que soy imbécil?» Y otra que intenta encontrar la respuesta… ¿Qué cosas me han reportado satisfacción antes? Antes muchas, leía, escuchaba música, salía a pasear hasta llegar al mar, ver el mar siempre me resultaba gratificante. Vale, vale, saldré a pasear durante esta semana e iré a ver el mar.
Me propone llevar un registro diario de mis pensamientos, dice que aquí está el problema, y que los pensamientos se pueden cambiar, que en cada pensamiento irracional puedo crear otro alternativo, más realista… ¿Pero qué dice? La realidad es que todo es una mierda. Me propone trabajar con este pensamiento… Ver si efectivamente ésta es la conclusión… Está bien, lo probaré…
Cuando la sesión está a punto de finalizar, me pregunta lo positivo de la situación que vivo. Me desconcierta esta pregunta… ¿Positivo? Me hace bailar la cabeza, la respuesta inmediata y fácil es nada, pero ella insiste… Quizás –le digo- esta situación me hace replantearme toda mi vida… Bien, es una buena conclusión –me responde. ¡Hasta la semana que viene!