– ¡Ostras, Marta qué jersey más bonito que llevas hoy! – le dice Sonia a Marta cuando la ve entrar por la puerta del hospital.
– Realmente, eres una persona con la que se puede confiar plenamente – le expresa Arnau a su hermano Pau después de haberle cuidado de su perro durante la semana que ha estado de vacaciones en Praga.
Una señora de 85 años le sonríe a un adolescente de 14 años después de cederle su asiento en el autobús.
– ¡Hoy estás castigado sin salir a la calle porque la señorita me ha dicho que te has llevado mal a la hora del patio! – le dice enfadada Stephanie a su hijo Anthony.
Estos ejemplos de la vida cotidiana de muchas personas nos hablan de un concepto que pertenece al Análisis Transaccional llamado caricias.
Se entiende por caricia cualquier estímulo gestual, escrito, verbal, físico y simbólico que implique el reconocimiento de la presencia del otro
Cualquier ser humano tiene una serie de hambrunas básicas que necesita cubrir. Según el Análisis Transaccional, las principales hambrunas del ser humano son las hambrunas de estímulo, reconocimiento y estructuración del tiempo. El hambre de estímulo es la necesidad de ser físicamente tocados durante la infancia. Acariciar y chupar el pecho materno durante la lactancia, estar bien alimentado/a, sentir el calor de un ser humano o recibir un abrazo después de haber comido son necesidades primarias de un recién nacido. El hambre de reconocimiento es la necesidad humana de ser reconocidos por los demás. A medida que el niño crece, se sustituye el hambre de estímulo o de contacto físico por el hambre de reconocimiento. Un aplauso, un castigo, una sonrisa, un elogio… reemplazan a las caricias físicas y sirven para que la persona se sienta alimentada.
La necesidad de reconocimiento implica reconocer la existencia de un ser humano. Sé que existes es el mensaje implícito del reconocimiento. El proceso de transformación del hambre de estímulos al de reconocimiento es el siguiente: si el niño se encuentra en un ambiente adecuado donde los padres y el resto del grupo familiar tienen lo que necesita, éste aprenderá a estar bien y percibirá que los suyos padres también lo están. Si el niño no recibe reconocimiento, anticipará conductas que sean susceptibles de premio como ser obediente, respetuoso u ordenado para complacer a sus padres. Por tanto, aprenderá a estar bien cuando realiza lo que quieren los demás. Si esa conducta adaptativa tampoco lleva a la satisfacción de su hambre, el niño anticipará conductas susceptibles de castigo para conseguir reconocimiento negativo que, al menos, sirven para alimentar su hambre básica. Si esto tampoco sucede, entonces es posible que enferme somatizando así su desasosiego interior para conseguir, al menos, caricias de lástima o de rebote. Aprenderá así a estar mal porque es así consigue ser reconocido por los demás. La necesidad de caricias viene del hambre de reconocimiento. Un insulto, un abrazo, una sonrisa o una crítica son actos que reconocen la existencia de una persona.
Es tan necesaria este hambre que es mejor cualquier caricia que ninguna
Existen diferentes tipos de caricias:
- Por medio de transmisión
Físicas: un beso, un apretón de manos, una palmada, etc.
Gestuales: miradas, gestos, una sonrisa, una inclinación de cabeza, etc.
Verbales: uso del lenguaje oral
Escritas: una postal de recuerdo, un correo electrónico, un SMS, etc. - Por la emoción o sensación que invitan a vivir
Positivas: producen emociones o sensaciones agradables
Negativas: provocan emociones o sensaciones desagradables - Por las condiciones para darlas o recibirlas
Incondicionales: se dan o reciben por el hecho de existir o ser
Condicionales: se dan o reciben por conductas objetivas
Atributivas: se ofrecen por las cualidades o características de la persona - Por la sinceridad
Auténticas: nacen de sentimientos reales de lo que las da
Falsas: son las aduladoras o agresivas encubiertas que ocultan hostilidad
Mecánicas: son reconocimientos rutinarios y ritualistas - Por su influencia en el bienestar
Adecuadas (o sanas): aumentan el bienestar a largo plazo
Inadecuadas (o malsanas): provocan el malestar a corto o largo plazo