Ayer terminé mi trabajo a las 2:30 a.m. Rehacía un proyecto en el ordenador de casa, después de cenar y de que los niños se fueran a la cama, el teletrabajo es un invento del diablo porque el día no termina en las paredes de la oficina, sino que invade mi casa. Durante la noche, Martí tenía otitis y los sollozos también despertaron a su hermana Andrea. Ni Joan ni yo podíamos dormir. Cansada, irritada y con un fuerte sentimiento de culpa por querer dormir mientras que mi hijo pequeño se removía de dolor, he empezado el día corriendo y tratando de conseguir que alguien se quedará con Martin, que no irá a la escuela hoy, mientras preparaba a Andrea. Joan no puede llevarlos a la escuela, a los niños. Tiene que firmar a las nueve de la mañana y no termina el día hasta las siete y mientras llega y no llega a veces son las nueve de la noche.
Por la tarde sigo corriendo para poder recogerlos y llevarlos a actividades extraescolares y de estas a casa, para hacer tareas, bañeras y cenar y que cuando ya se hayan dormido dedicarme a hacer las tareas del trabajo.
Más que por el reloj, mi vida parece guiada por un cronómetro, en el que las décimas de segundo son vitales.
Cuando los niños juegan y se pelean, o están cansados, o me ignoran, pierdo los nervios y me asusto de mi reacción. Y muchas veces cuando por fin llega Joan, me enfada con él, me siento sola frente a todo el trabajo en casa y me responde que no puede hacer nada con su horario y que es una ventaja que yo trabaje por mi cuenta. ¡Qué suerte la mía! Mi trabajo me apasiona y si me despisto me paso horas y horas que acaban restando mis horas de sueño, y sé que va en contra de mi salud. Cuando mi cuerpo ya no puede más, se enferma y no tengo más remedio que quedarme en casa. Pero, aun así, no puedo parar porque los otros temas no se detienen: los niños necesitan a alguien y tengo que seguir respondiendo.
Quiero hacer todo y todo de una manera perfecta
Quiero ser una buena madre, una buena profesional y una buena esposa… bueno esto último ya me da igual. Me doy cuenta de cómo la relación se resiente con tantos frentes abiertos, y cómo he perdido el interés en Joan, que me deja con la mayor parte de la responsabilidad doméstica sobre mis hombros y cuando me quejo se pone a la defensiva y es incapaz de apoyarme, dice que siempre me estoy quejando.
De vez en cuando rasco unas horas para ir a comer o a tomar un café con mis amigos. Mi amiga Montse me dice que no puedo seguir así, que voy a enfermar del estrés. El domingo pasado tomamos una taza de té juntas, Carme también vino y cuando me preguntó cómo estaba, me puse a llorar y no podía parar, y cuanto más luchaba por afirmarme más fuerte lloraba. Me sentí ridícula allí en la cafetería. Montse no dijo nada y solo me cogía de la mano, realmente era lo que necesitaba. Cuando me calmé un poco, escuché la voz de Carme, que suavemente me preguntó: «¿de qué puedes hacerte cargo y de qué no?».
Carme no esperaba una respuesta, pero en mi cabeza, los pensamientos continuaban. Es cierto, pierdo de vista mis límites y creo que podré con todo. A veces no sé cómo valorar correctamente todo el trabajo que implica asumir algo, me resulta difícil pedir ayuda, y una vez que estoy involucrada no sé cómo conseguirlo. Me siento atrapada en muchos roles obligatorios, tratando de equilibrar un equilibrio cada vez más precario, sin vida personal, con nostalgia de una vida más simple, con menos exigencias.
Sí, simplificar, de eso se trata
Montse me pasa un artículo sobre Mindfulness.
Habla de cómo ayuda a calmar la mente, cómo enfocarnos totalmente en una actividad, y cómo este tipo de presencia nos hace enfrentar situaciones estresantes de una manera diferente, y cómo cambia la relación con nuestros pensamientos.
Me doy cuenta de que mientras mi cuerpo hace cualquier cosa, por ejemplo, la cena, estoy pensando en la agenda de mañana, siempre un paso después de lo que estoy haciendo.
Ella ha empezado a practicarlo, dice que no significa añadir otra tarea a la agenda, sino de elegir una actividad cotidiana para hacerlo de una manera diferente, con toda la atención puesta en ello.
Por ejemplo, durante 3 veces al día, tres minutos de atención en la respiración. Respirar, sí, lo probaré.