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CUANDO LA OPINIÓN DE LOS DEMÁS IMPORTA EN EXCESO

Esther es una mujer de treinta y pocos años que se encuentra organizando una fiesta de cumpleaños para su pareja. Le hace mucha ilusión, está llena de ideas y sonríe cuando se imagina la cara que pondrá Albert. Un día, Esther está comentando con su madre las ideas sobre el regalo que ha pensado: las personas que quieran ofrecerán la cantidad de dinero que quieran y con lo que se recoja entre todos le regalarán un viaje. ¡Qué tontería! –le dice la madre. Así no sabrá que ha puesto a cada uno, a la gente le gusta personalizar su regalo. Confundida con este comentario, Esther cambia de estrategia y decide que cada uno aporte el presente que estime conveniente.

Así le dice a su suegro que vayan pensando en el regalo que quieren hacer a Albert para su fiesta sorpresa. Nosotros le haremos un buen regalo, pero con esta idea se llenará de objetos innecesarios y sobre todo que no le gustarán, dice el padre de Albert. Ya verás cómo caerán un montón de cosas tipo portafotos, vasos para el whisky y cosas por el estilo. ¡La gente no piensa a quién va a hacer el regalo, sino qué es cómodo de comprar!

Quizá tenga razón su padre, piensa Esther. Cuando nos fuimos a vivir juntos recogimos tres juegos de Café. Lo mejor será que haga una lista de cosas que sé que a Albert le gustan y que los invitados elijan una, como en una lista de bodas, eso es muy práctico, reflexionó Esther.

Y Esther confeccionó la lista y le ofreció al mejor amigo de Albert, Pere. ¡Qué cara más dura que tienes, Esther! -le dice Pere. Así todo el mundo sabrá lo que cada persona ha gastado y la situación dará paso a un montón de comentarios malintencionados. Ostras, no había caído –se disculpó Esther.

En estos momentos, nuestra protagonista está desanimada, duda de sí misma y está a punto de tirar la toalla. Cuantos dolores de cabeza para organizar una fiesta, se dice. Es en ese momento que se encuentra con su amiga Lidia, con la que comparte su inquietud. Creo que lo dejaré correr en esta ocasión, dice Esther con voz bajita y la cabeza gacha. Sabes -habla su amiga- a veces queremos complacer a todo el mundo, con la pretensión de dejar contentos a todos, y que su opinión sea favorable a nuestros actos. Es la mejor forma de no hacer nada, y quedarse bloqueada, como te está pasando. ¿Y cómo me salgo de este lío? –le pidió Esther.

Hay un cuento zen que habla de esto –le responde Lidia. Se titula “Cierra las orejas” y la lección que enseña este relato es que te guíes por tu criterio, que confíes en tu voz interior, en tu mente sabia, diferente a la mente racional y a la mente emocional.

En ocasiones a las personas les ocurre como a la protagonista de esta historia, que actúan movidas por mandatos o guiones de los que les resulta difícil salir. El mandato del cuento es el de Complacer, pero podemos identificar otros como Sé perfecto, Esfuérzate, Date prisa o Se una persona fuerte. Estos guiones funcionan como creencias irracionales, en las que la persona “díez”, de forma obligatoria, debe responder a ideas rígidas y absolutas, que deben cumplirse siempre, con todo el mundo y en cualquier situación. Además, presuponen la eliminación o negación de partes de la propia persona, como sus equivocaciones, su necesidad de descanso, su tranquilidad o su vulnerabilidad. Esta falta de aceptación y la evitación e integración de todo su yo, trae como consecuencia un nivel de sufrimiento añadido, en las muchas situaciones que el mandato no puede alcanzarse.

Los mandatos de exigencia limitan e impiden actuar de forma auténtica, libre y adecuada a la situación que se presenta.

Estos mandatos actúan como estresores internos, incrementando la sensación de urgencia. Estos guiones aprendidos en la primera infancia, y mantenidos en la edad adulta, dejan de lado la función de toma de decisiones y de pensamiento de la persona, que actúa de forma automática, bajo una creencia de un tiempo pasado y que anula a la propia persona. El primer paso para cambiar esta situación es poder identificarlo y observar cómo se pone en acción frente a determinadas situaciones. El segundo paso es escuchar nuestra propia voz y plantear nuestra conducta de acuerdo a ella.

¿Puedes identificar cuál es tu mandato de exigencia?