Anna llegó a la consulta porque sufría de una ansiedad generalizada desde hacía años. Esta situación le comportaba un conjunto de sensaciones físicas y de malestar emocional, desde temblores, escalofríos, tensión muscular, inquietud, taquicardia, sudores, sensación de tener un nudo en la garganta, dificultades de concentración e irritabilidad. Anna había desarrollado una serie de hábitos perjudiciales para intentar evitar su sufrimiento, como comer cuando no tenía hambre, fumar cannabis para relajarse, y negar sistemáticamente los problemas.
Miguel sufría ataques de pánico, consistentes en episodios de miedo intenso y fuerte malestar sin causa aparente, y diferentes fobias. La primera vez que tuvo un ataque de pánico pensó que sufría un ataque al corazón porque sintió fuertes dolores en el pecho, dificultad para respirar y una fuerte sudoración. Miquel pensaba que se moría; cuando acudió al hospital y le diagnosticaron el ataque de pánico, el miedo a morirse fue sustituido por el miedo a volverse loco ya la pérdida de control. Entonces Miquel fue reduciendo y limitando sus movimientos para evitar los ataques de pánico. El resultado fue una vida cada vez más empobrecida y en la que cada vez había más situaciones que se convertían en una amenaza.
La palabra ansiedad proviene del latín anxietas, y significa angustia y aflicción. En la actualidad se estima que más de un 20% de la población sufre algún trastorno de ansiedad y es uno de los síntomas que llevan a las personas a iniciar una psicoterapia.
La ansiedad se relaciona con nuestros miedos y temores y cómo los gestionamos
Todos experimentamos miedos y inquietudes de diferentes intensidades cada día: miedo al dolor, a la enfermedad, a la muerte, a ser abandonados, a la soledad, podemos tener miedo al fracaso, a tener éxito, agredirse, a sentir, a los cambios, a las pérdidas y podemos tener miedo al miedo. Cada uno de nosotros convive con sus miedos que salen a la superficie en determinadas circunstancias y los afrontamos de diversas formas. Muchas veces las ignoramos e intentamos ocultarlas a los demás, en otras desarrollamos pautas de comportamiento que como en el caso de Anna y Miquel resultan inadecuadas y añaden más problemas.
Si observamos el desarrollo de nuestro pensamiento, podemos darnos cuenta de las distintas cargas emocionales que supone. Algunos pensamientos son muy negativos y pesimistas, y nos generan ansiedad, inseguridad, miedo, nos sentimos perdidos. Otros son positivos, optimistas, alegres y abiertos. Los pensamientos que tienen un elevado contenido emocional suelen repetirse una y otra vez. Cuando llegan, captan toda nuestra atención y arrastran nuestra mente.
Observar los pensamientos sin identificarnos con ellos
Cuando podemos ver nuestros pensamientos como simples pensamientos, sin reaccionar a su contenido ni a su carga emocional, nos liberamos de su atracción o repulsión.
Probablemente no nos veremos absorbidos por ellos tan a menudo ni con tanta intensidad.
Una forma muy efectiva de disminuir la ansiedad y el grado de malestar asociado con ella, es observar nuestros pensamientos y soltarlos sin reaccionar, y así conseguimos no alimentar la fuerza de los pensamientos que nos duelen. Si los vemos como un producto más de nuestra mente, sin identificarnos con ellos, sus pensamientos pierden su fuerza. Una forma que facilita no quedarnos atrapados en nuestros pensamientos es llevar nuestra atención a otro foco, dar nuestra energía a otro producto de nuestra mente, como por ejemplo llevar nuestra atención a la respiración, ya la información de nuestro cuerpo. A veces confundimos a quienes somos con lo que pensamos. Pero los pensamientos, cómo las emociones y los sentimientos están continuamente cambiando. Puedo sentir tristeza pero yo no soy la tristeza, puedo tener pensamientos llenos de miedo, pero yo no soy esos pensamientos.
Si nuestra vida está pendolando entre huir de lo que nos desagrada y perseguir lo que nos gusta, tendremos pocos momentos de paz y felicidad. La forma de no ser esclavos de nuestros procesos de pensamiento es observarlos sin juicio y no reaccionar, dejarlos pasar, como si estuviéramos viendo las olas que rompen en la playa.