El arte de dejar las cosas para después
Soy capaz de ocuparme de cualquier otra cosa antes de que me coloque delante la pantalla en blanco y ponga los dedos sobre el teclado. De repente, la idea de reordenar el armario, salir a hacer ejercicio o ver un video en youtube sobre cómo doblar la ropa de la forma más eficiente posible, me parecen ideas insuperables.
Esto es procrastinar: dejar las cosas para después. Dejarlo para un futuro que como todavía no existe (ni existirá nunca, porque siempre hay más futuro) hay tiempo y lugar para todas aquellas tareas que se nos hacen pesadas.
¿Por qué procrastinamos? y más importante aún… ¿por qué escribes al respecto en un blog de psicología?
Porque las raíces de la procrastinación son principalmente emocionales.
No procrastinemos únicamente por nuestra predisposición genética a la vagancia, porque no hemos sido suficientemente bien educados o para que nos falten energías. Lo hacemos porque la labor encargada nos genera aversión: sentimientos de angustia y estrés, o porque pensamos que hacerlo nos supondrá un estado indeseado que no nos aporta bienestar momentáneo.
Por tanto, cuando procrastinemos no lo hacemos únicamente por nuestra falta de fuerza de voluntad, sino por las dificultades emocionales y la falta de herramientas para gestionar estas adecuadamente.
Lo que falla no es la gestión del tiempo, sino de las emociones.
Cuando las emociones relacionadas con la tarea no son placenteras (o no lo son a corto plazo), nuestro cerebro rápidamente busca esta recompensa rápida en otra tarea más inmediata: un capítulo de una serie, pasar la escoba, hacer la compra …
¿Cómo puedo evitar la procrastinación?
O, dicho de otro modo, “¿cómo gestiono mejor las emociones que me llevan a procrastinar?”
Pues te propongo unas cuantas ideas que no son la solución definitiva, pero que, seguramente, te ayudarán a mejorar ese aspecto de ti mismo.
1. Toma conciencia de las propias emociones y sensaciones
Conócete. Todos pensamos que nos conocemos, y es cierto: somos quienes mejor nos conocen a nosotros mismos. Pero siempre podemos conocernos mejor. Este ejercicio consiste en darse cuenta de cómo se siente nuestro cuerpo ante las tareas que nos hacen procrastinar.
¿Responde todo el cuerpo de la misma manera, o las sensaciones de rechazo se centran en una parte concreta? ¿qué emociones van ligadas a esa sensación y de dónde pueden surgir éstas? Todo esto puede darnos muchas pistas para resolver la dificultad sin focalizarnos directamente en la tarea que tendemos a evitar.
2. Paso a paso: céntrate en la tarea inmediata
A veces lo que encontramos detrás de la procrastinación no es la obligación en sí, que deberíamos afrontar, sino lo que ocurrirá a continuación. Por ejemplo: no hago esta llamada porque después me tocará quedar con la persona que he llamado irremediablemente.
Sobre todo, si la emoción vinculada a la procrastinación es la ansiedad o el miedo, nos puede ser muy útil centrarnos en lo que estamos haciendo en el momento presente; puesto que estas emociones normalmente van ligadas a pensamientos y preocupaciones ubicadas en el futuro.
Si pienso en toda la caminata que me queda hasta la cima es probable que me pase más tiempo pensando en los posibles obstáculos y dificultades del camino y mi energía se consumirá en ello. En cambio, si estoy completamente centrado en cada paso que doy, cuando levanto la vista me doy cuenta de que ya estoy a medio camino.
3. Aprende a gestionar las autoexigencias
Es frecuente descubrir que el peor enemigo es uno mismo, y en muchas ocasiones las limitaciones y barreras para encarar las dificultades nos las ponemos nosotros mismos en forma de autoexigencias.
Lo normal es que, ante unas expectativas altas de nuestro rendimiento, los esfuerzos por estar a la altura deben ser igualmente altos. Si ya percibimos que el esfuerzo es grande, nos va a costar más ponernos, y al mismo tiempo tendremos más miedo a la frustración que puede suponer no llegar a este listón autoimpuesto.
Está bien exigirse, y de hecho esto muchas veces nos ayuda a mejorarnos, pero si estas exigencias nos bloquean, no están siendo adaptativas ni nos sirven y es necesario que las revisemos.
Escrito por: Esteve Planadecursach
Psicólogo col. nº. 21.691